La chica que leía el Tenorio

Vengo en el tren de Sevilla,

y en el asiento de enfrente

una muchacha silente

al pronto me maravilla.

Resulta que la chiquilla

no es amiga del jolgorio,

y aunque parezca ilusorio

no se entretiene con nada, 

sino que va ensimismada

leyendo el Don Juan Tenorio.

La disculpa del Rey

Al salir del hospital,

encajado y recosido,

el monarca, compugido,

proclama que obró fatal;

y como un mal colegial

que teme la reprimenda,

propósito de la enmienda

muestra con mucha aflicción,

y así queda la opinión

feliz con la componenda.

Otra espinela sobre lo mismo



Don Froilán, el tierno infante,

hijo de Marichalar,

se equivocó al disparar

y puso el pie por delante,

mientras su abuelo reinante

también erró en el disparo,

pues con tanta gente en paro

pegó un traspiés en Botswana

- quizás con su barragana -,

en el colmo del descaro.

Espinela por soneto

Con dos muletas por banda,

y un tornillo en la cadera,

convalece un calavera

que últimamente mal anda.

Su mujer cuida del panda

mientras él baja a Boswana.

Y porque tanto se afana

en cazar al elefante

estando el plan tan menguante,

le han zurrado la badana.



El Rey, de cacería (Soneto 726)

La tierra sin regar por la sequía,

el bracero sin pan que dar al hijo,

el ganado más corto y más canijo,

el miedo y la aprensión en la alquería...

¿Y quién se proporciona la alegría?

El señorito, dueño del cortijo,

flemático, zopenco y algo pijo,

que al África se va de cacería.

Encima se fractura la cadera,

con lo cual le da pábulo al currito,

que tamaño dispendio considera,

y se pone a pedir a voz en grito

que, puesto que sus gastos no atempera,

se cambie de una vez al señorito.