No
me afecta que el viejo dictador,
al
modo de los gánsteres mafiosos,
me
acometa con dardos venenosos
creyendo
que me infunde algún temor.
Por
contra, sentiría gran horror
si
este tipo, de pasos sospechosos,
me
propinara halagos generosos:
eso
sí que sería un deshonor.
Ladran
los perros: cabalgamos pues,
suele
decirse en caso semejante;
y
qué verdad este proverbio es.
Ladre,
entonces, el más grande tunante;
que
ladre y ladre igual que un gran danés:
señal
de que camino hacia adelante.
hay gente con la que uno no debe caminar nunca y menos tener con ellos tratos.
ResponderEliminarMe gusto tu soneto, muy bueno.
Un abrazo.