Transitan por los estrados
de los severos juzgados
muchedumbres de testigos
que rechazan ser amigos
del palpable criminal
y que declaran, perjuros,
que el acusado era puro,
cuando era en verdad culpable
de un crimen abominable
que ocasionó mucho mal.
Así libra el delincuente
de la pena pertinente,
prevista y bien definida
por hallarse comprendida
en el Código Penal.
Porque el Juez se ve impedido
de penar a aquel torcido,
al aplicar, con conciencia,
la presunción de inocencia,
que es principio elemental.
Esto ocurre muchas veces,
y provoca horror con creces
en el paisano de a pie,
que al vil delincuente ve
por la calle tan normal;
e infiere, con pesadumbre,
que es mucha la podredumbre
que perturba a la Justicia,
lo que no siempre propicia
la fortuna judicial.
En este pais de toda la vida existe, casi de forma oficial la figura del falso testigo, autentico profesional de la mentira bien pagada.
ResponderEliminarUn abrazo.