En mi atestada mesa de trabajo,
gracias a una lindísima criatura,
no falta ningún día la dulzura
que compensa del tráfago a destajo.
Si alguna vez me encuentro cabizbajo,
solvento la enervante coyuntura
cogiendo un caramelo con premura
que me sirve de aliento y agasajo.
Además son constantes las entradas
de mis considerados camaradas
que vienen por catar la golosina.
Y se van complacidos y encantados,
y vuelven otra vez alborozados,
merced a la criatura tan divina.
Son esos pequeños detalles que endulzan la vida y ayudan a llevar el duro y a veces pesado trabajo.
ResponderEliminarUn abrazo.