Érase un reino de color de rosas
donde el pobre aguantaba la apretura
y algunos listos, con mayor soltura,
gozaban de ganancias sospechosas.
Nacieron dos princesas primorosas:
la mayor desposó con un figura
y la chica con un macho de altura
que ingresaba por mañas delictuosas.
Llamábase Cristina la menor,
y era tan dócil su leal amor
que nunca supo de ilegal trasiego.
Lo que prueba que reina la igualdad
en la baja y en la alta sociedad:
en palacio el amor también es ciego.
Desde luego quien ha visto y quien ve a esta monarquia, con chuletas de la plebe, como cualquier miortal venido a menos.
ResponderEliminarUn abrazo.