Déjame que me zampe, a mi albedrío,
todo lo que me encuentre en la cocina:
un pavo, una perdiz, una gallina…
que quede el frigorífico baldío.
Dame ya un polvorón, que me entra frío;
y una copa de anís, y una hojaldrina,
y un quilo de alfajores de Medina…
que me muero de gusto y me extasío.
Yo no sé de empalagos ni de hartura
cuando llega la Pascua navideña:
abandono la fruta y la verdura
y me doy a lo que es el santo y seña
de estas fiestas de amor y de ternura:
el polvorón. ¡Que viva La Estepeña!