Arden como rescoldos las arenas,
el aire se mastica, caldeado,
el auto incandescente, achicharrado,
la sangre casi cuájase en las venas.
Mosquitos sobrevuelan por centenas,
se seca el paladar, deshidratado,
se desmanda el efímero peinado,
y los ojos también padecen penas.
Se pierde discreción, y hasta cordura,
y si el aire perdura lo bastante,
puede incluso llevar a la locura.
Para él no hay remedio ni calmante;
sólo cabe pedir que con premura
cambie el dichoso viento de levante.
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