Mi niñez son veranos de poniente
en la playa que mira a la Bahía,
donde al fondo felizmente yacía
la ciudad más antigua de occidente.
El levante soplaba bien mordiente
si al pasar por El Puerto mal olía;
el mar hacia lo lejos te atraía
y la arena volaba impertinente.
Remansaba a su lado el Guadalete,
por un puente de hierro atravesado;
se guardaba el cangrejo en su boquete;
el vapor iba a Cádiz atestado;
se comía la tortilla y el filete;
pasaba el hombre del bombón helado.
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