Detén, tristeza, tu ligero paso,
no te envanezcas por la gloria escueta
que te promete la estación asceta;
no intentes contagiar tu incierto ocaso.
No pretendas que mi alma duerma al raso
herida por los dardos de tu treta;
no quieras liquidar al magro poeta
cerrándole las puertas del Parnaso.
Vuelve a tus nieblas, otoñal tristeza,
diluye tu silueta en los pantanos
que colman de humedad tus cortos días.
No luches por perderme en tu crudeza;
no aspires a dejar quietas mis manos
ni mis entrañas lasas y vacías.