Gracias, Señor, por aceptar tu sino
sabiendo que la ofensa y la tortura
iban a ser tu cáliz de amargura
en aquel lóbrego y fatal camino.
Gracias por asentir al plan divino,
que comprendía la crucial ventura
de tu martirio, muerte y sepultura
por amparar nuestro postrer destino.
Gracias porque eres Dios, y siendo humano,
tu sangre derramaste generosa
para volver tu Cielo más cercano
al hombre que, con mano temblorosa,
escribe un verso tímido y liviano
ante tu Cruz doliente y misteriosa.