Pradejón es el pueblo de Carmelo,
el hombre de las manos trabajadas,
el de piernas y espaldas bien ajadas
de tanto recoger a ras del suelo.
Carmelo tiene a Rosi, que es su cielo,
que también se agachó muchas jornadas
en parcelas de espárragos plantadas;
derrengados por ver cumplir su anhelo.
Hoy ya ven a sus hijas con carrera,
trabajando en despachos de diseño.
Y ellos siguen hablando de la era,
de la tierra que vio todo su empeño,
de peones que ahora son de afuera,
de su vida, su condición, su sueño.
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