Se ha plantado en la calle la bandera
amarilla y roja, la de España,
a raíz de la gran última hazaña:
la victoria en la lucha futbolera.
Lo que siempre tuvimos por quimera
devino en cosa cierta, que no engaña.
Mas eso da lugar a una patraña:
pensar que igual lo siente España entera.
Pues no es bueno olvidarse ni un momento
que el amor a lo que es trozo de paño
no deja de ser puro sentimiento
sometido a las leyes del rebaño.
Ojalá fructifique el movimiento.
Pero yo, de momento, no me engaño.
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