Estuvimos en Ronda, ¡bien hallada!
El camino buscaba la alta sierra,
y en sus flancos verdeaba fiel la tierra
proclamando gozosa la otoñada.
Al llegar, no notamos casi nada.
Disfrutamos la curva que se cierra,
la nube que al sutil cielo se aferra,
el aire limpio que al amor agrada.
Pero al posar nuestros ansiosos pies
sobre el tajo profundo e inquietante,
sentimos el regalo de lo bello:
el magno decorado montañés,
la piedra poderosa y arrogante,
el cielo esplendoroso en el destello.