Dicen que quien se pica es que ajos come.
Tenga esto en cuenta quien esté picado
y deje de decir, incomodado,
que un enojo muy grande le concome.
Y no es que con alguno yo la tome.
Lo que pasa es que el hombre es inclinado
a darse por zaherido y ultrajado
y a mostrar muy molesto el comecome.
¡Cuántos ajos a diario se consumen
por muchos que de ser puros presumen!
Pero tienen hedor que les delata:
de su boca rezuma una cantata
que apesta cantidad: la intemerata.
¡Y a mí que no me chinchen ni me abrumen!
A modo de resumen:
Los que ajos manducáis, tened presente
que luego el paladar se pone ardiente.
(Ver soneto 202)
No hay comentarios:
Publicar un comentario