Ha mutado el color de mi limón,
el que pende, prudente y solitario,
en el árbol que debe ser lunario
si algún día despierta su ambición.
Ha encendido de nuevo mi ilusión
de tener en la casa y a diario
algún fruto flamante y rutinario
que venga a sosegar mi agitación.
Ha crecido en otoño mesurado,
ajeno a mi mirada cotidiana,
acaso de mi celo liberado.
Y el rocío le canta en la mañana
un himno amarillento y refrescado
en su piel de rugosa porcelana.
Enhorabuena, ese limón está a punto de gin tonic...
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