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Una comunidad de propietarios
a un matrimonio mucho se parece:
en cualquier discusión siempre aparece
algún roce de tonos incendiarios.
Los temas de fricción son ordinarios;
pero todos persisten en sus trece,
mientras el acaloro crece y crece
al punto de peligros coronarios.
Que si los niños malos son de atar,
que si tú me faltaste gravemente,
que aquí no se conoce educación,
que tanto no se debe malgastar...
son cosas que se dicen comúnmente
en casa y cuando toca la reunión.
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