Puñeteras palomas, que os cagáis
en el bronce tenaz de las estatuas,
y allí por donde quiera que pasáis
vais evacuando vuestras tripas fatuas.
El Espíritu Santo os dio la fama,
Picasso os dibujó con genial traza,
la paz con vuestro nombre se proclama...
¿Podéis dejar tranquila mi terraza?
Lo dejó escrito con verdad palmaria
el poeta que las playas añoraba:
una de ellas, de vientre libertaria,
se equivocaba, sí, se equivocaba.
Me dirán que me paro en pequeñeces;
pero es que me jeringan tantas heces.
Razón tienes de cabrearte con las aladas palomas pues respecto no tienen a nada y ademas parece que todas están a dieta blanda.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tu te cabreas con sus heces. A mí, directamente no me gustan.
ResponderEliminarEl ulular, que ni siquiera sé si se dice así, me pone nerviosa.
De la paz nada, son aves que se comen (o matan) a sus crías.
No las considero capaz de dar compañía.
Y hace muchísimos años que me las pusieron en la cazuela y tampoco me gustaron.
Al tender la ropa, también la dejan el regalo.
En fin, que tu les has dedicado un soneto, muy acertado, pero a mí esos bichos no me van nada de nada.
Un saludo
Jajaja!!
ResponderEliminarYo lo sufro a diario, en la calle donde vivo hay un montón que además viven muy felices porque no se van ni a la de tres.
Y me deben de tener en gran estima porque siempre me están dejando recuerdos de sus inolvidables sobre mi coche.
Eso me pasa por no gustarme los garajes.
Besos!!