No sé qué pasa cada primavera,
que después de un invierno sosegado,
empiezo a caminar descaminado
por una descarnada carretera.
Mi alma sin yo quererlo se me altera;
mi cuerpo está lo mismo derrengado,
que corre cual caballo desbocado,
en una absurda y demencial carrera.
Tristeza, postración, abatimiento,
me acompañan por esa senda amarga,
clavándome un arpón al sentimiento.
¡No quiero que esta pena sea muy larga!
Pondré dura barrera al desaliento
para poder volar sin esa carga.
25 de marzo de 2010
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